2.29.2012

CAMINANDO SIN RUMBO POR LAS CALLES 1

NO PIENSO BAJAR MÁS AL CENTRO
Hubo una época en mi vida particularmente desesperanzadora en la medida en que mi familia trataba de resurgir de entre las cenizas y yo me llené de sueños e ilusiones y al final lo único que resultó fueron falsas esperanzas y mucho desencanto. Cuando papá murió mi quedamos desorientados y desprotegidos. Estábamos resquebrajados moral y económicamente. Bogotá era entonces –y creo que no dejará de serlo nunca– una ciudad grande que intentaba ser moderna y cosmopolita, pero incapaz de sacudirse su tercermundismo del todo. Como en otras urbes, en ella convivían la opulencia y la miseria. Y los pobres, en su mayoría hijos de inmigrantes campesinos –que habían llegado huyendo del hambre y la violencia–, se aglomeraban en la periferia, en nuestro caso los cerros que rodeaban la ciudad.
Pues bien, luego de la muerte de mi padre, terminamos en uno de esos barrios marginales. Como me gusta decir: vivíamos en la falda de una loma, donde el viento sopla fuerte y la hierba crece alto. Una vez terminé el colegio, hice el servicio militar obligatorio en la Policía Nacional. Una agridulce experiencia que mejor no mencionar. Después aprobé el examen para ingresar a la universidad pública más importante del país. A estudiar literatura. Lo cual era una especie de locura. Se suponía que alguien en mis condiciones sociales estudiase algo útil (ingeniería de sistemas o administración de empresas, por ejemplo). A mí no me importaba lo que los demás pensaran, yo estaba ilusionado con que ese sería el camino para realizar mi sueño de convertirme en escritor.
No fue así. Y pronto me desilusioné.
Sin embargo, encontré algo nuevo en lo que volqué mis esperanzas. Un amor. Pero como todo amor, éste tuvo su final y fue doloroso para mí. Sobre todo porque era el primero. Después de grandes promesas y entregas totales, para siempre, de repente un día fui arrojado a la basura.
Yo solía ir, luego de clases e incluso durante mis vacaciones, a esperar a mi novia a la salida del teatro, donde tomaba clases de actuación. Como casi siempre se tardaba en salir, aprovechaba la cercanía de la biblioteca pública y entraba allí un rato. Me sumergía en los libros, que junto con la música, el cine y el arte en general, más de una vez han cambiado y hasta salvado mi vida.
Antes del final de nuestra relación, mi novia comenzó a decirme que no podíamos vernos porque tenía ensayo o función, o simplemente se iba a celebrar con sus compañeros. Así que después de esperarla por horas, ella aparecía por un instante para decirme eso y desaparecer enseguida. Dejándome más solo que una flor en el desierto, sintiéndome como un tonto bajo la lluvia. Terminé odiando y evitando ese maldito teatro. Tras nuestra ruptura, no quería volver a cruzar por allí, ni por sus alrededores.
No quería volver a leer en la biblioteca tampoco. Sacaba los libros prestados a domicilio y los llevaba a casa. En la colina. Alejándome así del centro de la ciudad. No quería volver a bajar de las montañas para ir allí. Porque me sentía derrotado por la vida y maltratado por el amor. Mis sueños estaban rotos y entonces, sin dinero en los bolsillos ni amor en el corazón, lo único que me daba ánimo era Amor A Traición, una banda española, o más exactamente donostiarra. Y yo clamaba con lágrimas en los ojos: «No pienso bajar más al centro, te juro que esta vez es cierto… No pienso bajar más al centro de la ciudad, porque es aquí donde mejor me encuentro…» mientras escuchaba esa canción en la radio… Los discos de Amor A Traición nunca estuvieron a la venta en Colombia. Así que no había manera de volver a escucharla: en la emisora ya no la programaban y parecía que no había cómo conseguir que me grabaran una copia.
Ya que no sabía cómo conseguir ni siquiera la letra, desde esta parte del mundo, le envié un mensaje a un integrante de la banda: Rafa Berrío –que había montado carrera con otra agrupación–, agradeciéndole por darle ánimo a mi vida en un momento difícil a través de su música y su poesía y esperando que me dijera cómo volver a escuchar su canción y leer su letra. 


Post-scriptum:
Este fue la respuesta que él envió.
Saludos Pablo.
Mucho tiempo después.
Tengo el placer de informarte que hemos hecho reedición del disco de Amor A Traición que hasta el momento estaba descatalogado, una edición furtiva, por cierto, y me gustaría mandártelo de manera efectiva esta vez. Realmente el tema ha estado parado todo este año, en el cual yo me he dedicado a promocionar Harresilanda y que desde la antigua compañía propietaria del master de AAT no han dejado de poner impedimentos. Quiero pedirte disculpas por el silencio y la tardanza. Confírmame si te ha llegado el mail y tu dirección actual. Soy un fan de tus relatos y no deberías dejar de enviármelos.
Un saludo desde San Sebastián.
Rafa Berrío.


El disco nunca llegó y yo dejé de enviarle mis relatos.
Alguien que leyó el relato en mi blog me envió la canción.

2.28.2012

CAMINANDO SIN RUMBO POR LAS CALLES

Una obra hecha de estragos del tiempo y jirones de la historia.

[*]
La película Historias prohibidas (Storytelling, Todd Solondz, 2001) está dividida en dos partes: “Fiction” y “Non-fiction” y de la primera queda la turbiamente aleccionadora idea de que todo aquello que se narre por escrito (haya realmente sucedido o no: como lo del profesor de literatura, un negro enorme y brutal, que embelesa a sus jovencitas alumnas para sodomizarlas y someterlas a sus depravaciones sexuales), todo ello pertenece a la ficción… Los límites entre realidad y ficción son constantemente traspuestos en la narrativa. Buena parte de su vigencia y su prestigio está en ese devaneo con una y otra. Es sólo un juego. Un juego que puede llegar a ser muy serio. Bueno, comencemos entonces. Push «PLAY». No hay reglas. Y esperemos no decir «GAME OVER» en mucho tiempo.

* * *

Tengo mayor impulso de escribir cuando estoy un tanto abatido, frustrado o afligido. Cuando me embargan la tristeza y la nostalgia. Escribo más en la medida en que mi ánimo se ensombrece y me arropan la pesadumbre y la añoranza. También lo hago cuando tengo una emoción realmente excitante, vivo una experiencia inolvidable, rememoro un recuerdo entrañable o tengo un sueño estremecedor. A veces intento hacerlo como un auténtico oficio. Consagrado a ello. Pero es muy difícil escribir con el estómago vacío y todo el mundo diciéndome que «haga algo». Como si leer 3 o 4 horas diarias y escribir otras tantas hasta que me duele la espalda –por mi mala postura–, se me agarrotan las rodillas –por estar sentado tanto en una incómoda silla–, me arden los ojos –por la mala iluminación–, se me entumecen los dedos –por tanto escribir–, me dan retortijones en las tripas –por el hambre– y siento que mi cabeza va a explotar –por el esfuerzo– fuera hacer nada.
En fin. Cada cierto tiempo arrojo una especie de mensaje embotellado al incierto mar del ciberespacio. Y sí: espero una respuesta que, sobra decirlo, casi siempre no recibo. Bueno, ¡qué diablos! Aquí voy…
Si no dispone de un poco de su devaluado tiempo, si no le interesa esto (lo que quiera que sea), si busca una lectura edificante. Deténgase aquí. Si no, continúe…